Desde hace unos pocos años, nuestra sociedad y la forma de relacionarnos ha cambiado drásticamente. El establecimiento de las nuevas tecnologías, el boom de las redes sociales, los juegos en línea, la digitalización escolar, el poder de acceder a casi todo de manera telemática, la sustitución del papel por lo virtual, la falsa necesidad de depender de los teléfonos móviles y tablets las 24 horas,…todo ello nos conduce a una gestión de nuestras necesidades que interfiere en nuestras emociones y en nuestras relaciones con los demás, trayendo consigo consecuencias negativas, especialmente en el desarrollo infantil.
Vivimos en la era de la hiperexigencia lo que se traduce en la necesidad de hacer muchas cosas a la vez. Las tecnologías nos facilitan la capacidad de “ser multitarea”: cocinar mientras vemos redes, contestar correos mientras los niños están entretenidos con los dibujos y poder limpiar a la vez que hablamos con esa amiga que no hemos podido ver en meses…
El tiempo y la energía son limitados y las pantallas son un comodín muy fácil y accesible. Es normal que, como seres humanos, recurramos a ellas, siendo una ventaja para nuestro día a día.
Al igual que sucede con los adultos, las pantallas se hacen más presentes en la infancia. Por primera vez, los niños tienen que competir con un Smartphone para tener la atención de su padre o de su madre. Estamos distraídos digitalmente y distraemos a nuestros hijos de la misma forma.
Desde ahí, tenemos que entender cómo afecta al tiempo que nuestros hijos pasan con nosotros, cómo afecta a nuestro estado de ánimo, a nuestra disponibilidad, a nuestra carga de trabajo, al número de experiencias a las que se enfrentan nuestros hijos en su infancia, a la posibilidad de aprender a relacionarse, a la posibilidad de desarrollar empatía, autoestima, pensamiento crítico…
Las pantallas no son beneficiosas para el cerebro infantil. Para ello, vamos a explicar qué ocurre cuándo exponemos a los niños a las pantallas.
El niño pasa a ser un ser pasivo. Los contenidos hiperestimulantes a los que se le expone generan dopamina (neurotransmisor que provoca felicidad), que a su vez generan excitación y por tanto se crea una subida de adrenalina, lo que pone al cerebro en modo alerta.
Este estado durante periodos prolongados de tiempo, tiene unas consecuencias a nivel psíquico y físico:
- Baja el nivel de mielina (Sustancia que permite la conexión entre neuronas), produciéndose daño en las capacidades cognitivas y el desarrollo cerebral.
- Retrasos en el desarrollo del lenguaje (dificultades de comprensión y expresión, falta de habilidades comunicativas).
- Alteraciones en la capacidad de aprendizaje (dificultades de atención, falta de curiosidad y creatividad, pérdida de interés ante actividades que exijan concentración, necesidad de recompensas rápidas, adaptación a multitarea y actividades complejas).
- Dificultades de conducta (rabietas persistentes, dificultad de autorregulación, falta de control sobre sus emociones).
- Alteraciones en los hábitos de sueño (la exposición a la luz azul junto a los contenidos hiperestimulantes provocan dificultad para conciliar el sueño y despertares nocturnos).
- Problemas de vista (fatiga visual).
- Sedentarismo y sobrepeso.
- Logros académicos tardíos (adquisición de lectoescritura).
- Inhibición del desarrollo social (pérdida de interés por la interacción, juego solitario, intercambios sociales pobres, dificultad en la resolución de los problemas con los demás).
Es importante comentar que la sobreexposición a las pantallas en la infancia distorsiona la estructura básica del cerebro de forma irreversible y que el cerebro de un niño expuesto de forma excesiva y continuada a las pantallas se parece a un cerebro expuesto a las drogas. Crea adicción y dependencia.
¿Qué podemos hacer los adultos para educar a nuestros hijos de manera saludable en el uso de pantallas?
1.- Reglas y límites claros:
(Según la Academia Americana de Pediatría y Organización Mundial de la Salud)
- 0-2 años: CERO exposición a pantallas
- 3-6 años: 15-60 minutos (Cero si es posible o esporádicamente y acompañados por adultos)
- 7-12 años: 1 hora/día
- 12-15 años: 1 ½ hora/día
- +16 años: 2 horas/día
2.- NO en momentos de:
- Comida
- Viajes
- Paseo
3.- Sustituir por interacción directa del mundo real (parque, naturaleza, teatro, pintar, leer cuentos, interaccionar con iguales y adultos, …).
4.- Dar ejemplo. Los hijos no hacen lo que los padres dicen, los hijos hacen lo que los padres hacen. Somos los referentes de nuestros hijos.
5.- No permitir sus propios dispositivos (hasta la adolescencia).
6.- Habitación libre de dispositivos.
7.- Usar/ ver juntos / compartir / mejorar la interacción padres-hijos.
8.- Buscar, analizar, identificar y seleccionar aquellas aplicaciones realmente educativas y de calidad.

Finalmente, si deseas obtener más información sobre cómo gestionar el uso de pantallas en la infancia o tienes alguna duda sobre el tema, no dudes en ponerte en contacto con la Asociación Nacional de Psicólogos en Acción en España a través de este enlace o llamando al teléfono 918 26 17 84.