Vivimos inmersos en la cultura de la dieta donde cada vez son más frecuentes los problemas relacionados con la alimentación. Actualmente, la cultura premia al que pierde peso y adelgaza: “menudo tipazo se te ha quedado”, “estás guapísima”, “quiero quedarme como tú…”, etc., y miles de comentarios más que, aunque parece que sean un premio a corto plazo, a la larga pueden estar manteniendo conductas problemáticas relacionadas con la conducta alimentaria.
Esto, sumado a su vez a la sensación de control que da controlar el propio peso a través de la comida o el deporte, puede ser uno de los detonantes idóneos para seguir manteniendo la realización de una dieta restrictiva y, por consiguiente, el desarrollo de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA).
Al mismo tiempo, se castiga al que engorda: “tienes que perder peso por tu salud”, “menudo culo estás echando”, “como sigas así, a saber cómo estarás en unos años”. Asociamos directamente delgadez a éxito, fuerza de voluntad, belleza, productividad; y a la inversa hacemos con la gordura, asociándolo a ausencia de éxito, dejadez o falta de productividad.
MITOS SOBRE LOS TCA
Esto a su vez, hace que se difundan una serie de mitos sobre los TCA. Antes de nada, recordemos que un mito es una creencia extendida en el conjunto de la sociedad que se cree que está sostenida científicamente, aunque lo cierto es que no tiene ninguna evidencia empírica en la que sostenerse.
Algunos mitos extendidos sobre los trastornos de la conducta alimentaria:
“Solamente tienen un TCA las personas que están muy delgadas”
Lo cierto es que tenemos muy instaurada esta idea y del mismo modo que premiamos y ensalzamos la delgadez, también asociamos directamente estar muy delgada con tener un problema de alimentación.
Sin embargo, esto dista mucho de la realidad y debemos ir más allá y no quedarnos únicamente en lo que vemos a nivel superficial. Hay que tener claro que, el DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) (APA, 2013) incluye varios trastornos de la conducta alimentaria donde únicamente cada conjunto de síntomas los engloba y encasilla dentro de una etiqueta. Pero, esto sirve de poco, pues no todas las personas encajan en esta etiqueta diagnóstica que no sirve nada más que para ponerle un nombre a un conjunto de síntomas.
Por lo tanto, debemos ir más allá y empezar a analizar qué es lo que hace que el problema se esté manteniendo. De esta forma, hay personas que tienen un peso normotípico (que no estarían incluidas en una etiqueta del DSM-V), y sin embargo, pueden estar realizando conductas que las estén poniendo en riesgo. Por ejemplo, estas personas pueden estar compensando lo ingerido a través de ejercicio físico, a través de conductas purgativas como los vómitos o el uso de laxantes, o incluso ayunando (dejando de comer). ¿Esto significa entonces que como no están incluidas en esa etiqueta no son dignas de recibir un tratamiento? NO. Estas personas tienen el mismo derecho a recibir un tratamiento para su problema.
Por lo tanto, no, no solo sufren un TCA las chicas que están muy delgadas.
“Las mujeres son las únicas que sufren los TCA”
Lo cierto es que las mujeres son la población más afectada, aunque también afecta a los hombres. Galmiche et al. (2019) refieren que los TCA afectan a un 8,4% de mujeres y a un 2,2% de hombres a lo largo de la vida.
“Solamente existen la anorexia y la bulimia”
El DSM-V recoge los siguientes trastornos de la conducta alimentaria: pica, trastorno por rumiación, trastorno de evitación/restricción de la ingesta de alimentos, anorexia nerviosa, bulimia nerviosa, trastorno por atracón, otro trastorno de la conducta alimentaria o de la ingesta de alimentos no especificado, trastorno de la conducta alimentaria o de la ingesta de alimentos no especificado.
“El que tiene un TCA, tiene una enfermedad crónica”
Está muy extendida la idea de que los problemas psicológicos son crónicos y acompañan de por vida, asumiendo así que la persona y su contexto no puede hacer nada por evitarlo y tendrá que convivir con ello para siempre.
Sin embargo, lo cierto es que si las circunstancias y el contexto son favorecedores, la recuperación es posible. Aunque, también es importante destacar que la recuperación es un proceso largo que suele durar entre varios meses o incluso algunos años.
“Los TCA solo afectan a las adolescentes”
Es cierto que afectan en mayor medida a los adolescentes, aunque también pueden afectar a población adulta. Recordemos, que los TCA no solo son una etiqueta (o no debería serlo), sino que la clave está en estudiar qué conductas hacen que se esté manteniendo un problema que problema que pone en riesgo la salud de la persona afectada.
Por tanto, cualquier persona, a lo largo de su vida se puede ver afectada por el desarrollo de un problema de alimentación.
SEÑALES DE RIESGO SOBRE LOS TCA
Froxán et al. (2006) engloban los factores de riesgo relacionados con el desarrollo de un problema de alimentación en tres grupos:
- Los factores predisponentes: afectan a la vulnerabilidad de la persona, haciendo más probable que se pueda desarrollar el problema.
- Los factores desencadenantes o precipitantes: aquellos que inician el problema como tal (cuando hablamos de predisponentes, el problema aun no se ha iniciado).
- Los factores mantenedores: aquellos que hacen que las conductas problema se sigan manteniendo, es decir, hacen que el problema siga persistiendo.
FACTORES PREDISPONENTES
En cuanto a los factores predisponentes, el más destacable es la influencia del contexto social, pues como ya se ha comentado anteriormente, se premia la delgadez y se castiga el sobrepeso a través de los comentarios y modelos de los padres, amigos o familiares, hasta la influencia de los medios de comunicación.
La predisposición familiar es otro de los factores que pueden predisponer al desarrollo de un problema de alimentación. Esto es, el seguimiento de dietas estrictas por parte de los propios padres que son un modelo para sus hijos puede hacer que estos aprendan que lo deseable es hacer una dieta estricta para entrar en el canon de delgadez que es lo que aprueba la sociedad.
A nivel biológico, también se producen cambios, pues nuestro cuerpo aprende a adaptarse al nuevo contexto cuando se produce la pérdida de peso, y por tanto, nuestro organismo no identifica de forma adecuada las señales fisiológicas de hambre o saciedad.
Por último, factores relacionados con el ámbito personal como un estilo cognitivo característico (rígido en cuanto a creencias), la necesidad de aprobación por parte de los demás o la hipersensibilidad a la crítica, pueden predisponer al desarrollo de un problema de la conducta alimentaria.
FACTORES DESENCADENANTES O PRECIPITANTES
En segundo lugar, cuando hablamos de factores desencadenantes o precipitantes, el reforzamiento tanto propio como el de los demás, puede hacer que se desarrolle un problema de alimentación. Esto significa que recibir comentarios de los demás ensalzando la delgadez y asociándolo directamente a tu pérdida de peso, así como, tener cierta sensación de control porque sientes que la dieta “funciona” aunque sea a corto plazo, son detonantes idóneos para que el problema comience a producirse. Todo ello unido a una etapa tan vulnerable como la pubertad o adolescencia en la que lo fundamental es la aprobación de los demás, y estando delgada sientes que encajas en ese canon de belleza, se convierten en un escenario idóneo para que comiencen las conductas problema.
FACTORES MANTENEDORES
Finalmente, el principal factor que mantiene las conductas problemáticas es la sensación de control que la persona tiene sobre su propio cuerpo. Esto significa que se mantiene porque la persona siente que controla su peso y por tanto su miedo a engordar se reduce.
Así, las conductas de dejar de comer (ayunar), compensar a través de ejercicio físico o purgarse a través de vómitos o uso de laxantes tienen la función de reducir ese miedo a engordar, y aunque a corto plazo, para la persona estén “funcionando”, a la larga, están manteniendo conductas muy peligrosas que ponen en riesgo no solo psicológico, sino físico a la persona.
Es importante destacar que los problemas de alimentación no son unicausales, sino multicausales, es decir, dependen de muchas causas y no solo podemos prestar atención a una de ellas. Y lo fundamental es analizar qué conductas están manteniendo el problema para poder plantear una intervención adecuada.