Hipertensión, estilo de vida y regulación emocional

Existe una estrecha relación entre padecer hipertensión, tener unos malos hábitos de vida y una regulación emocional deficiente. La evidencia científica nos muestra que muchas enfermedades, como las cardiovasculares, tienen cierta relación con una mala gestión emocional. Por lo que presentar emociones (por mucho tiempo) como la ansiedad, ira o el estrés, repercutirá en nuestra salud física. Ambas definiciones no podrían ser más apropiadas, y vamos a tratar de explicar, en este artículo, la forma en que desde la ciencia se ven avaladas. 

La HTA es una enfermedad con una alta prevalencia. Según la OMS, en 2013 uno de cada tres adultos tenía la presión arterial alta, estimándose que un 30% de la población mundial la padece, si bien, en el caso de la población española, se eleva a un 35%. La HTA es un importante factor de riesgo para la salud pues está asociado a la aparición de enfermedades cerebrovasculares, cardiovasculares y renales (Sánchez, 2005). Según la OMS (2012, 2013) se estima que la hipertensión arterial causa anualmente 7,5 millones de muertes, esto equivale al 12,8% del total de las muertes en el mundo. Y el problema va en aumento, en 2015, la cifra de muertos alcanzó los 10 millones (Williams et al, 2018).

Las causas específicas que provocan la HTA aún no están claras. Los casos en los que no se puede determinar la etiología se les denomina HTA primaria o esencial (HTA-E). Las personas que padecen este tipo de enfermedad representan el 95% de los casos. Sin embargo, en un 5% de los casos si se encuentra una causa, lo que se denomina HTA secundaria (Guadalajara, 2002). Si bien en la mayoría de los casos no se puede determinar qué causa la hipertensión, si se puede hablar de su relación con ciertas características que suelen ser comunes en muchas de las personas que la padecen (Berenguer y Lázaro, 2016). Dentro de estas, hay factores no modificables como la herencia génica, la edad, el sexo o la raza y otras, frente a otras que sí son susceptibles de cambio como la obesidad, el consumo de sal o el de alcohol, si se modifican determinados hábitos (Guadalajara, 2002). 

En el caso de los factores de riesgo susceptibles de cambio, la obesidad es uno de los más importantes. Se ha demostrado que un aumento en el peso genera cifras tensionales mayores, lo que lleva a padecer hipertensión. Se estima que por cada 5% de incremento en el peso hay un aumento del 20 al 30% de probabilidad de desarrollar HTA (Droyvold et al., 2005). Otro factor de riesgo dependiente de los hábitos personales es el tabaquismo. Se ha relacionado el consumo diario de tabaco con un aumento de la presión arterial y de la incidencia de HTA, esto parece ser provocado por una activación excesiva del sistema simpático unida a una activación vascular generada por determinados productos que posee el tabaco (Calvo, 1999). 

Los factores que provocan HTA anteriormente descritos pueden verse potenciados por otros de índole psicológico. El aislamiento social, el estrés crónico, la ansiedad, la depresión o los rasgos disfuncionales de personalidad han sido relacionados con la aparición de trastornos cardiovasculares, si bien, los mecanismos por los cuales influyen en el sistema cardiovascular no están tan claros como en el caso de los biológicos o los provocados por los malos hábitos (Sánchez, 2005). Sabemos que en la relación entre los factores psicológicos y las enfermedades coronarias, está implicado el sistema nervioso simpático ya que este puede estimular el corazón aumentando la frecuencia cardiaca y la fuerza de contracción (Oparil et al., 2003). Cuando esa estimulación es prolongada o repetitiva puede generar hipertrofia cardiaca (Oparil et al., 2003). Entre las causas de esa activación crónica del sistema está el estrés, lo que lleva a pensar que, posiblemente, cualquier estado psicológico que lleve a una sobrecarga de actividad puede desembocar en un incremento en el tono simpático y este, conducir al desarrollo de la HTA (Oparil et al., 2003).

La ansiedad también destaca como factor psicológico relacionado con la aparición de la hipertensión, que a su vez está muy relacionado con la forma de afrontar el estrés (Bleger, 1998). La ansiedad se define como un estado o sensación de agitación, incertidumbre y temor resultante de la previsión de la aparición de alguna amenaza o peligro (Bleger, 1998). Esta emoción está presente en todos los individuos y hasta cierto punto es adaptativa, pues activa al individuo para dar una respuesta ante una posible amenaza, esto supone un aumento de la tasa cardiaca, sudoración o respuestas gástricas entre otras (Tobal, 1994). Sin embargo, en ocasiones esta reacción puede dejar de ser adaptativa debido a que la respuesta fisiológica dura mucho tiempo y muestra una alta intensidad (Latorre y Beneit, 1994). Las personas con alto rasgo de ansiedad tienden a percibir con frecuencia muchas situaciones como amenazantes y, en consecuencia, muestran mayor activación fisiológica (Tobal, 1994).

Por otro lado, algunos constructos tales como la ira o hostilidad, así como los impulsos de agresividad también han sido relacionados con la hipertensión arterial esencial (Alexander, 1939). Esto se debe a que la inhibición no elimina la agresividad, sino que tiene un efecto de boomerang provocando que vuelva la agresión (Carrasco et al, 2006). Sin embargo, un patrón de expresión externa asertiva constituiría un factor protector para el desarrollo de la hipertensión (Everson et al, 1998). En el estudio de Miller et al. (1996), se determinó que la agresión y la hostilidad favorecen hasta un 8% la aparición de los problemas cardiovasculares y hasta un 16% la probabilidad de mortalidad general.

Mientras que numerosas investigaciones encuentran una relación entre la hipertensión y la ansiedadla relación entre hipertensión y depresión no está tan clara. En varios estudios, entre los que se encuentra el meta-análisis de Routledge y Hogan (2002), se determinó que la sintomatología depresiva podía explicar el 9% de la varianza del origen de la hipertensión arterial esencial. En contraposición, otros autores como Friedman et al (2001) no encontraron una relación significativa entre estas variables, afirmando que la relación entre depresión e hipertensión solo existe en el caso de que las personas tuvieran antecedentes familiares de hipertensión.

Dado que, como se ha dicho, los factores psicológicos pueden afectar a la condición médica y que dentro de los principales trastornos causados por el estrés están los cardiovasculares (American Psychiatric Association, 1994), debe de haber una estrecha relación entre la personalidad y el padecimiento de hipertensión que potencie los factores de riesgo biológicos y los hábitos de vida.

Según Seelbach (2012), la personalidad permite conocer los motivos y la forma de actuar y pensar de las personas de forma aproximativa. También nos ayuda a conocer la forma en la que las personas aprenden a interactuar con el entorno. A este respecto la personalidad es la estructura compuesta de características psicológicas, conductuales, emocionales y sociales que se desarrollan a partir de la interacción de la persona con el ambiente. Cabe recalcar que la personalidad es muy estable en el individuo y se consolida desde la adolescencia o inicio de la vida adulta (Sadock et al, 2009).

Como se ha mencionada anteriormente, la relación entre las enfermedades de corazón y la psicológica fue establecida hace mucho tiempo. En 1768 William Heberden (Forcada, 2013) habla por primera vez de la angina de pecho uniéndola a la descripción de los sujetos que padecieron esa enfermedad, lo que hace que en dicho trabajo se encuentre la primera alusión a la personalidad tipo A. Sin embargo, actualmente se ha demostrado que las personas con esa personalidad (hipervigilantes, competitivas, autoexigentes y agresivas) no son los únicos candidatos a padecer enfermedades relacionadas con el corazón, pues también las personalidades de tipo ansioso o depresivo que son muy dependientes o muy hostiles pueden influir en la aparición de estas enfermedades (Rodríguez y Cantú, 2015). 

En conclusión, la evidencia nos muestra que nuestros hábitos de vida y como gestionemos las emociones puede influir tanto positiva como negativamente en nuestra salud. 

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