En busca del autoconcepto

Hace unos días, una persona acudía realmente intranquila porque a sus 23 años decía no conocerse a sí misma. Había llevado a cabo todos los puntos que tenía en su plan de vida y, estando cada vez más cerca de conseguirlos, la sensación más acuciante era la de vacío, lejos de la realización que había esperado obtener. Este no es un caso único ni aislado por lo que desde la Psicología tratamos de cultivar el conocimiento sobre uno mismo ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué no siento esa autorrealización aun cuando consigo mis objetivos?

Muchos autores han llevado a cabo el estudio del “yo” y todo lo que este supone dando lugar a dos grandes enfoques. 

En primer lugar, formando un conglomerado con todas las proposiciones asociadas al pronombre “yo” como afirmaciones categóricas de cómo es la persona. En contraposición a dicha corriente, dividir entre un sí mismo social, corporal y moral debido a la importancia que tienen las claves contextuales en las que nos encontramos a la hora de desenvolvernos.

El «kit» de la cuestión viene de la mano de Snygg y Combs al reflejar la importancia de la conciencia personal a la hora de ver nuestra propia autoimagen. Carl Rogers completó este enfoque diferenciando el sí mismo como ese autoconcepto y lo que realmente determina la conducta del individuo. Este primero, se conforma de un autoconcepto real, uno relativo y uno idílico y es aquí donde aparecen nuestras primeras disonancias. Como siempre, la persona busca desarrollarse y tiene una percepción que difiere en mayor o menor medida de la realidad por lo que siempre estamos persiguiendo una meta (“yo ideal”) mientras es (“uno mismo”) y se percibe (“yo relativo”). Muchas veces nos creemos perdidos o peor aún, unos perdedores por el mero hecho de no cumplir nuestros objetivos o porque no sabemos lo que realmente queremos entonces si conseguimos redirigir mi yo relativo e ideal para que converjan, el resultado sería una mejor concepción y por tanto un mayor bienestar. 

Skinner aborda el problema del sistema de “auto” desde su enfoque conductista y responde a él alegando que la autorregulación es un aprendizaje más. En cierto modo se podría explicar todo mediante sintaxis. No es lo mismo y no ejerce la misma función el sujeto en las oraciones:

  Yo pegué a mi compañero.

Mi compañero fue pegado por mí.

 En la primera, el sujeto es “YO” y realiza activamente la acción mientras que, en la segunda, el sujeto pasa a ser pasivo y el foco está en la acción en sí misma y en sobre quién recae más allá de quién la realiza. Este paralelismo podría explicar las distintas ramificaciones del yo relativo y real viendo como mi percepción cambia siendo una misma acción. Epstein, comparte estas ideas y confiriendo el siguiente hilo conductor: mis experiencias o interacciones entre las personas y el contexto se corresponden con el “yo real” y cómo lo manejo para conferir cierto sentido a mis vivencias derivo en el “yo relativo” van a proyectar mis metas para alcanzar el ansiado “yo ideal”. La teoría de sí mismo supone que el autoconocimiento es una autoteoría como un metaanálisis del autoconocimiento. Todos formamos una imagen acerca de nuestra persona que es una teoría en sí misma.

Ensalzar la conciencia como conocimiento objetivo es una aspiración francamente ambiciosa, buscar explicación en un fenómeno privado queda completamente obsoleto como dice Alfredo Fierro:

  “Nada hay tan ¨yoico¨, tan subjetivo, como la creencia y, ninguna creencia tan arquetípica como la del yo”.

No podemos estudiar nada que se quede meramente en lo abstracto o que se interprete con un carácter místico. Por tanto, empecemos a hablar de todo ello con propiedad.

El autoconocimiento junto con el autoconcepto conforma las conductas autorreferidas y abarcan únicamente los comportamientos terminados en el propio agente, es decir, aquellas conductas que solo me afectan a mí. Un ejemplo de ello podría ser escribir un diario, esto conlleva una tarea de memoria por mi parte y poco más salvo ponerlo por escrito. El autoconocimiento tiene gran importancia debido a que podría ser la respuesta a por qué sabiendo algo hacemos una cosa u otra y, dentro de ello juegan un papel importante la autorregulación y el autocontrol. 

Si yo sé que el alcohol es malo ¿por qué lo sigo bebiendo? 

Pero incluso aunque beba ¿por qué a veces lo raciono (autocontrol) y otras veces me paso de copas?

Dentro de este concepto, es muy revelador el que sean una sucesión de ideas concatenadas, pero no como una lista de la compra, sino que deben estar unas encerradas por otras. Procesos como la memoria, autoatención, autopercepción, autodeterminación y autoconcepto cumplen con los procesos cognitivos del autoconocimiento. Todos ellos se entrelazan y superponen para formar a este.

La autoatención puede ser tanto consciente como inconsciente, dado que es igual a la propia atención solo que enfocada sobre uno mismo. Supone un proceso de introspección para detectar cómo me encuentro, qué siento y todo ello de la mano de los cinco sentidos. Supone tanto la focalización de mis pensamientos, como una posterior reflexión acerca de ellos. Atendiendo a la denominada autoconciencia objetiva la mejor analogía sería verla como un proceso de contemplación y meditación que, requiere una fuerza de voluntad y capacidad de concentración muy superior fruto de un entrenamiento. El papel de la autoestima refleja paradójicamente la relación inversamente proporcional que hay entre ambas: a mayor autoatención, peor autoestima pues siempre vamos a estar haciendo algo de manera mejorable en pos de ese yo ideal. Asimismo, se da una disminución por habituación, reflejando que la aproximación de Skinner desde el aprendizaje era, en efecto, un enfoque útil. 

La autopercepción, inicialmente, se sirve también de los sentidos para hacer un juicio de lo que está pasando, pero induce a un grado mucho mayor de disonancias entre la realidad y la información recabada por nosotros mismos. Pongamos el ejemplo más sencillo de oír una nota de voz, nadie se reconoce de inmediato e incluso siente un rechazo hacia la voz que escucha aun sabiendo que es la suya. Múltiples trastornos se basan en eso, una percepción sobre uno mismo que se aleja totalmente de la realidad y supone una continua lucha entre lo que uno es, uno percibe, y otros ven. A menudo cuando reflexionamos sobre uno mismo, para llegar a alguna conclusión hacemos juicios o declaraciones como si de otra persona se tratara, si bien la cantidad de sesgos está relacionada con la autoestima. 

Una buena autoimagen me hará más duro con los demás que con uno mismo y, si, por el contrario, tengo una baja autoestima tenderemos a ensalzar las características o comportamientos de los otros. 

La autodeterminación va ligada a la construcción de uno mismo, siempre que eliges algo renuncias a otra cosa y redireccionas tu enfoque por lo que es un proceso de gran complejidad además siempre supone esa incertidumbre y riesgo que tomas al decidir acerca de algo. Forman parte de nuestro día a día, y, aunque no todas tienen la misma importancia ni requieren del mismo rango de atención o percepción, todas van a acabar por construir tu imagen de ti e identificarte con ella. Uno tiene que determinar si es lo que quiere o si debe hacer algún cambio. Si tu recorrido hasta ahora te parece aceptable y quieres seguir en esa línea continuarás haciendo lo mismo, pero si no lo ves como lo que quieres ser o llegar a ser introducirás cambios o empezarán los patrones negativos de autoevaluación. 

Es curioso como se manifiestan los tres momentos temporales de uno (pasado, presente y futuro) porque al final, la imagen de uno mismo, independientemente de que la acepte o quiera cambiarla será sobre la que actúe durante toda la vida. Fierro define la autodeterminación como el punto de articulación a través del cual el proceso cognitivo se hace acción, conducta manifiesta.

El autoconcepto tiene una función más simple de lo que se podría imaginar en un principio, pero responde únicamente a la formación de constructos sobre uno mismo. Sería el proceso mental que llevan a cabo todos los anteriores para determinar a qué se corresponde mi comportamiento o imagen. Todo ello, se ve reflejado en esquemas o imágenes mentales, pero hay que reflexionar sobre cómo se estructura todo ello bajo la arquitectura del autoconocimiento. Para ello debemos tener en cuenta que hay: 

  • Una construcción personal en la que englobamos nuestras metas, sueños, valores, destrezas y flaquezas.
  • Una adaptativa en la que reconozco o recuerdo con lo que me identifico o lo que me conforma.
  • Una social en la que me identifico o no con categorías establecidas por el grupo.
  • Una material en la que se engloba mi persona física.
  • Una última y nueva categoría que engloba aquello que reflejo al exterior (social), cómo es interpretada por los demás y por tanto la imagen que estos tienen sobre mí. 

La memoria autobiográfica es esencial para llevar a cabo la construcción de todo esto pues en ella el recuerdo va asociado a sensaciones, sentimientos y percepciones. Esto refleja la superposición de todos los términos relacionados en el autoconocimiento. Además, se rige también por un gran número de sesgos, puesto que los recuerdos se registran siempre y cuando se preste atención y se guardan en función de la relevancia que tienen para uno. Estos nos definen, formamos nuestra imagen a partir de los recuerdos que tenemos cómo actuamos en ciertos momentos, las elecciones que tomamos, las aficiones que cultivamos. 

El fin último de todo esto, es obtener una mejor calidad de vida por lo que, incluso el olvido es parte esencial de la memoria -valga la paradoja- este es el principal autor de que no recordemos nuestros fracasos de forma tan vívida, nos adaptemos lo mejor que podemos y enfoquemos de cara a mejorar en un futuro.  

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